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Alicante CF, Decano de la ciudad

Última bala: primer casquillo.

Cuando alguien coherente y que sabe lo que dice, comenta que con la bajada de Jiménez al banquillo se estaba utilizando “la última bala”, pocos podían pensar, incluido él, que los casquillos se pueden recoger y volver a utilizar.

 

Resulta un tanto complicado explicar lo que viene aconteciendo en el Decano en los últimos meses. La vuelta de José Carlos Granero sólo diez jornadas después de su sustitución no es algo tan raro en el mundo del fútbol pero adquiere, a priori, más extrañeza al contemplar lo que ha sucedido en tan corto espacio de tiempo. Cierto es que se genera paz social y que se rectifica lo que para algunos ojos estaba mal hecho. Y, por qué no decirlo, la presencia del técnico del ascenso siempre es agradable. Pero no deja de ser una nueva vuelta de tuerca en busca de resultados positivos.

 

He escrito “a priori” porque no eran pocos los que intuían que algo malo podía suceder con los movimientos del mes de julio. Aunque, todo hay que decirlo, ni los más agoreros se planteaban un escenario tan pesimista y con un equipo tan hundido en sí mismo que es capaz de errar más penaltis de los que transforma. Yo pensaba que los problemas vendrían ahora, en la apertura del mercado de invierno, con el equipo bordeando la zona de permanencia y dos corrientes tirando fuertemente según sus creencias futbolísticas. Ni siquiera se ha podido llegar a tal extremo teniendo en cuenta la cantidad de acontecimientos sucedidos desde que comenzó a rodar el balón por el mes de agosto.

 

Pero contrariamente a lo que se piensa, los males del Alicante no se han marchado con el despido esperemos que procedente (por el bien del club) de Manolo Jiménez. Por mucho que se quiera insistir, el extremeño no es el causante de los problemas del club fundado en 1918. La cuestión de fondo al final se reduce a una crisis económica general y particular, la que ha impedido hacer movimientos y tomar decisiones contundentes desde el principio.

 

No nos engañemos, los problemas de cobro ya habían empezado a generar intranquilidad antes del partido en El Toralín. A ello se le une la escasa sintonía entre el presidente y el director general, la presencia de dos corrientes de opinión en los rectores alicantinos y los restos nada agradables de algunos asuntos pretéritos, como la salida de Gómez Colomer y el conflicto con los tres futbolistas archiconocidos.

 

El éxito deportivo suele tapar bosques tanto como haga falta. Pero la idiosincrasia de este club supera la copa más alta. Subir a Segunda no calmó en absoluto los problemas internos que, lejos de apaciguarse, tenían como única solución el cambio de determinadas piezas. Pero como he comentado, la economía no permite cortar algunas cabezas y han de ser operaciones colaterales las que, pretendidamente, supongan la salida de los que molestan. Es lo que ocurrió con la entrada de Jiménez en la dirección general deportiva que, hay que recordar, permanecía vacante desde el despido de Gómez Colomer. El hecho podría parecer absolutamente normal en otra situación pero teniendo en cuenta que se hizo a mediados de julio, con una planificación que ya tenía casi todo atado y que estaba en manos de quien no se confiaba, no da la sensación de ser una decisión sólo deportiva. Es más, ¿qué podía hacer Jiménez en el plano deportivo si ya estaba todo hilvanado para esta histórica temporada?

 

Lo correcto, igual que se hizo con el héroe Joan Tomás, habría sido realizar todos los cambios dentro del mes de junio, aún con la resaca del ascenso. Es más doloroso pero resulta más productivo. Pero volvemos a lo mismo, para la aplicación del bisturí hay que tener la cartera llena.

 

El relato de los hechos posteriores lo enmarco en la situación desesperada de un presidente que ve cómo el dicho de “a entrenador nuevo, victoria segura” no se cumple por más que lo intente. No ha surtido efecto nada de lo intentado para reflotar la nave, cuando no ha empeorado aún más la situación. Han salido problemas hasta debajo de las piedras y la situación de descontrol ha quedado patente en la retina de los aficionados.

 

Hay quien, sin duda, achacará los males a Iniesta y, quizá, se le puedan discutir muchas de sus decisiones. Pero no es sólo él quien ha fallado y, sin duda, Juan Antonio Iniesta merece mucho más cariño y comprensión del que se le brinda.

 

Porque errar han errado todos. Desde él mismo hasta el último aficionado. Creo que el presidente no estuvo afortunado fichando a Jiménez, no por el hecho de hacerlo, que no sólo es lícito sino lógico, sino por lo que podía pasar adoptando dicha medida en el momento en que se hizo. Creo que ante una situación económica como la que se vive era perfectamente entendible que salieran del club algunas personas, sin necesidad de menear el árbol esperando que cayeran de maduras. Y muchos habrían entendido una mayor modestia en el proyecto simplemente con mayor claridad y explicando detalladamente el momento actual, nada boyante. Sin embargo, para mí el mayor error de Iniesta ha sido la falta de defensa pública de sus trabajadores. Ya sucedió con Álvaro

Cervera y esta temporada ya ha ocurrido con diversas personas del club, véase Granero, el propio Jiménez o el vicepresidente Eduardo de Temple. Una mayor contundencia por parte del máximo mandatario a la hora de proteger a su gente habría cortado muchos rumores interesados e inocentemente asimilados, que han perjudicado gravemente al Alicante.

 

También se equivocó el actual cuerpo técnico, el que había y ahora vuelve por Navidad. Y lo hizo por no cumplir una máxima futbolística que, por desgracia, se cumple con frecuencia: “los triunfos de ayer no valen para mañana”. Creo que el cuerpo técnico se enrocó en el éxito de la temporada pasada y no vio lo que esperaba más allá, que no era otra cosa que una durísima Segunda División, ayudando a generar una línea entre los antiguos y los que venían preparados para esta categoría. Sin entrar a dar nombres, sin las nada productivas listas de los que tenían que haber venido o marchado, el planteamiento primero debería haber sido el de mayor exigencia, sobre todo física, dentro de una categoría muy musculosa. Todo hay que decirlo, a la gran mayoría nos parecían unas piezas magníficas para afrontar el año pero se ha visto que algo no encaja en este puzzle de 25 miembros. Sólo espero que, con la perspectiva de unas semanas, la concepción de lo que debe dar el equipo haya cambiado.

 

Cómo no, erró Jiménez al no imponer sus criterios ante quien fuera, bien el entrenador, bien el presidente. El director deportivo está, en la medida de lo posible, para confeccionar una plantilla y un cuerpo técnico a su gusto y con el cual el club pueda alcanzar sus objetivos. No ha sido así ni por asomo, con lo que del hombre de carácter se esperaba más capacidad de decisión y también mayor presencia en los medios para explicarse a tiempo y defenderse de los numerosos ataques.

 

Y en último término, aunque no menos importante, encuentro a la afición como parte implicada. No emplearé los apelativos duros que utilizó el presidente, pero creo que a todos nos ha faltado humildad para afrontar la vuelta a Segunda tras cincuenta años. Se ha echado de menos algo de apoyo, comprensión y respaldo a los integrantes del club y más agresividad contra quienes de verdad están hiriendo al Alicante desde hace muchas décadas. Hay quien más que del Alicante parece ser del Solana CF, gentes enamoradas de una gestión deportiva modélica y probablemente irrepetible. Por si fuera poco, las directivas de Solana se han hecho de querer por todo alicantinista de bien. Pero cuando en la presidencia hay otras personas, cuando Iniesta y su directiva afronta un reto tan duro como el de continuar un proyecto inmaculado y muy costoso económicamente, la afición debería haber sido más generosa con él. Pero nos hemos encontrado todo lo contrario: reproches, recuerdos del pasado y más dificultades que manos para ayudar. Quizá Solana vuelva algún día, nadie lo sabe, pero por desgracia, los presidentes no son eternos, ni siquiera Santiago Bernabéu.

 

Parte de la afición ya armó el belén con Álvaro Cervera, cuando Iniesta apenas había podido sentarse en el palco de manera oficial. Fue un mal síntoma de lo prácticamente nada consciente que es la afición respecto a los peligros que acechan al Alicante y la necesidad de cerrar filas en determinados momentos. Y esta temporada, más que apoyo, se ha visto un seguir a pie juntillas las indicaciones de ciertos medios de comunicación. Unos medios que deportivamente ignoran al Alicante, pero que como prensa rosa tienen al Decano como primera página, a veces única. Sonroja comprobar cómo alguna emisora que no retransmite los partidos del equipo, se afana en llenar programas diarios con “actualidad” del Alicante, sin rubor en afirmar una cosa y su contraria en apenas unos minutos. Columnas diarias en prensa que recuerdan a los sórdidos tiempos en que se machacaba a diario a Solana a cuenta del entonces (y siempre debería haber sido) municipal Rico Pérez. Ante eso, cabía tener una visión menos mezquina y más de conjunto para saber hasta qué punto corre peligro el Alicante en manos de un entorno absolutamente nocivo y en una ciudad cuyas instituciones le dan la espalda de manera sistemática.

Iniesta seguramente ha cometido muchos errores. Pero pocos se paran a valorar lo difícil que es ser presidente del Alicante, más en estos tiempos de vacas flacas. Esperemos que con la llegada de Granero, el Decano llegue sin más sobresaltos al final de la temporada y veremos cómo se empieza a escribir el futuro.

 

Dejo aparte a los futbolistas, los que pueden volcar la situación deportiva. Pero como ocurrió hace algunos meses, el éxito deportivo no logra tapar todo lo demás. Aunque tal y como están las cosas, una reacción en el terreno de juego ayudaría a salir del atolladero.

 

 

 

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